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Hey, ho! Es martes morning y no, la IA no ha parado de avanzar durante los últimos días.
De hecho, puede que nunca dé al botón de stop. Porque aunque hoy dejásemos de entrenar nuevos modelos, su impacto ya está hecho.
Inmenso. Inevitable. Como Internet ya lo era en 2010.
La IA no es esa cosa futurista que algún día llegará: ya está aquí.
Diagnostica, predice, crea, acelera la ciencia, modela pandemias, traduce, dibuja, habla. Y ahora, además, identifica antivirales en tiempo récord.
Diversos investigadores han demostrado que un sistema de IA es capaz de detectar compuestos útiles contra virus con una velocidad diez veces mayor que la de los métodos tradicionales.
Y lo hace con apenas un puñado de datos. Esto ya no es un salto: es un cambio de plano.
Pero claro, mientras algunos celebran los avances, otros se preguntan si se puede —o se debería— volver atrás. ¿Es reversible esta revolución? Spoiler: no.
El punto de no retorno ya lo cruzamos. Y no lo hicimos cuando salió ChatGPT. Ni cuando la IA empezó a escribir, pintar o aprobar exámenes. Lo hicimos cuando se convirtió en una infraestructura invisible, metida en la medicina, en la energía, en la educación, en el entretenimiento, en la toma de decisiones empresariales. En todo.
Lo que está en juego ahora no es si volveremos al mundo de antes (no lo haremos), sino si seremos capaces de gobernar este nuevo mundo.
Porque esto no va solo de ética o de regulación. Va de entender que la IA ya es parte del tejido del siglo XXI, nos guste o no. Y si no aprendemos a convivir con ella, alguien lo hará en nuestro lugar.
Así que no, no vamos a despertar un día y descubrir que la IA era solo una moda. Lo que sí podemos hacer es decidir si vamos a ser usuarios pasivos… o arquitectos de este futuro.
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